Si la Catedral es el emblema excelso de la ciudad, el más internacional por la traza de su arquitectura, la Plaza de las Palomas, es el monumento más conocido, querido y tomado por las gentes de Guadix y su comarca. Era, y es, lugar de encuentro, de descanso y solaz donde degustar un buen vino o un buen dulce. Accedemos a ella desde el barrio de San Torcuato, a través de una escalinata que atraviesa un arco. En el medioevo, la escalinata era una rampa y el hueco del arco la puerta de Baza, abierta en la fuerte muralla que por aquí se levantaba.
De hecho, su nombre histórico de plaza de los Corregidores, que ha pasado por otras denominaciones alusivas a otras alternativas políticas (plaza de Onésimo Redondo), ha sido popularmente desplazado por el de Plaza de las Palomas. Y no es para menos, dada la gran solemnidad y bellas proporciones de este conjunto. En ella la luz “se hace nítida, transparente y azul, envolviendo todos los perfiles de la ciudad. Los atardeceres de infinitos colores, se hacen infinitos en el horizonte de Sierra Nevada” (F. Segura).
Actualmente se organiza en torno a una planta rectangular rodeada de galerías, con 55 arcos escarzanos y 59 columnas de fuste liso y capitel jónico. En las enjutas hay múltiples escudos con el yugo y las flechas y el escudo imperial de Carlos V. La Plaza está presidida por el edificio del Ayuntamiento situado en su flanco oriental. Su fachada tiene dos cuerpos de arcos, los de abajo escarzanos y los de arriba de medio punto, donde hay columnas con éntasis (abultadas). Pero su singularidad más famosa es el Balcón de Corregidores, único en Andalucía. En su entablamento hay una inscripción conmemorativa donde se refleja la fecha se su construcción: 1606. Se remata con los escudos de la ciudad, de la monarquía y del corregidor, estéticamente enmarcados.
Sin embargo, esta imagen total de la plaza, no es exactamente la que tuvo en el pasado. La zona fue en época musulmana un anchurón llamado de Bibalmazan, espacio dedicado a zoco y alhóndiga. A él se accedía, como se ha visto, tras subir una rampa y traspasar la muralla por una puerta. Tras la conquista, se consideró lugar idóneo para crear la Plaza Mayor, es decir, un espacio urbano totalmente castellano, que diera respuesta a los nuevos conceptos urbanísticos, ideológicos y culturales de los conquistadores.
En estos primeros años se empezó a remodelar y utilizar como tal, pero la construcción netamente artística no llegó hasta los años de Carlos V, en que se hizo la arcada norte, orientada al sol del mediodía. Con Felipe II, se levanta el edificio común o ayuntamiento, situado en el lado que comunica con la catedral, y en 1606 se le adosa el Balcón de Corregidores, que funciona de forma totalmente autónoma. En el flanco oriental, donde hoy está el ayuntamiento, estaba el edificio del pósito*, de época de Carlos III, con entrada principal por la calle Ancha. También estaba la Cárcel Real en el emplazamiento del actual Liceo, y una fuente -demolida en el XIX- con tres tazas superpuestas y adornada con leones, angelotes y una figura antropomorfa que la gente identificaba con una mona. De ahí el nombre de “fuente de la Mona”.
Esta estructura urbana sufrió un incendio en nuestra contienda civil y su reconstrucción, en la época del “revival” imperial, enfatizó con un diseño historicista el proyecto original: los soportales y arquería se hicieron extensivas a toda la plaza, y el Balcón de los Corregidores se trasladó desde su emplazamiento inicial a un lateral, enfrente del que originalmente ocupaba. En este nuevo contexto, de las arcadas primitivas sólo se conservan ocho en el ángulo lateral izquierdo.
En cualquier caso, fue un buen ejemplo de la plaza tradicional española de la época de los Austrias. Un espacio para representaciones ceremoniales (toros, procesiones…), con gran afluencia de público en el que el balcón de los corregidores se concibe únicamente con funciones de representación de los poderes de la ciudad, pues el corregidor, obispo y alcalde con sus respectivos séquitos, tenían lugares específicamente asignados.