Subiendo por calles silenciosas y cargadas del barrio del Albaycín, llegamos a la placeta de Carvajales, la única de todo este repertorio que se abre al paisaje de la Granada antigua, la vieja y eterna Granada. Tal vez sea esa la razón por la cual siempre está concurrida de gente, que no se sabe por dónde ha llegado. En su mayoría son jóvenes que rasgan una guitarra o se enfrascan en arrumacos amorosos.
El gran balcón sobre la ciudad en que se ha convertido, es su mejor carta de presentación. A nuestra derecha el campanario de Santa Ana nos señala las alturas del barrio de la Churra y, girando totalmente hacia nuestra izquierda, la torre de San Pedro nos conduce al cerro del Sol con las arquitecturas del Generalife. Y en el centro, emerge, con toda su plenitud, el gran Palacio Rojo lleno de fuerza y energía, como si todos los días naciese con la salida del sol en el bosque de San Pedro. De un ojo analítico pronto saldrán otras miradas más precisas e insólitas, únicas del lugar, como la inédita imagen de la puerta de las Armas.
La plaza en sí es proporcionada, con árboles, con una fuente en el centro que recuerda la acequia del Generalife. Vistas de antología, registros históricos en algunas fachadas, árboles e incluso los grafitos de gamberros, la convierten en un lugar para la poesía.
Debajo del muro de contención, una escalinata nos lleva a un remanso hundido en el que un hermoso pilar de tres caños nos da la bienvenida. Más abajo aun nos espera otro espacio umbroso, pero también hermoso: la placeta de Santa Inés Alta.