La Cuesta de las Cabras está situada en pleno Albaycín. Su nombre hace digno honor al desnivel que salva, pues sólo estos animales montunos pueden subirla con alegría.
El Albayzín, muy ruralizado durante largos períodos de tiempo, reunía infraestructuras que permitían, en mayor o menor grado, la crianza de cabras, pues los cármenes de los pobres funcionaban más como corral y huerto utilitario que como jardín de recreo.
Los animales bajaban en manada a la ciudad a proveer de leche fresca al vecindario. Eran habitualmente conducidas por la cabrera, un personaje muy popular que Rodolfo Gil, a principios del siglo XX, la describe así:
“Muy peinada, crujiente por el almidón y la plancha de sus enaguas, con su vara de fresno por cetro, todos los días, apenas se abre las puertas de las casas, baja la cabrera del Albayzín donde tiene su hogar y sus alegrías y recorre la ciudad de cabo a rabo detrás de sus retozonas y lustrosas cabras. Contenta con su suerte y orgullosa de sus cabras, camina despertando a la humanidad, casa por casa, con el golpear fuerte de sus aldabonazos y el grito con que a diario anuncia su presencia. Y va poco a poco vaciando en las vasijas el néctar que le brindan los animalillos, que por el peso de sus ubres descomunales apenas pueden tirar del cuerpo.”
No está mal para una imagen costumbrista, pero ¿cuál era su realidad social?