Desde las alturas de la Alpujarra, la Sierra de la Contraviesa –su nombre se explica por sí solo- se presenta como una muralla, la última, que separa a la nieve del mar. ¡Qué mejor que la descripción que, en 1850, daba el geógrafo Pascual Madoz para hacerse una idea de sus límites y dimensión! “La Contraviesa es una cordillera de montañas en la Alpujarra, paralela a Sierra Nevada, formando su último escalón. Nace al pie del cerro Cerrajón de Murtas, y corriendo su cima casi a un mismo nivel de este a oeste, concluye a las seis leguas por unirse a la sierra de Lújar”.
En efecto, a ambos lados de esta espina dorsal que alcanza los 1300 metros de desnivel medio y está limitada por el Cerrajón –o Atalayón- y por el pico Salchicha, las lomas caen hacia la costa entre profundos y quebrados barrancos y amplias ramblas. Y por el otro costado descienden hacia el río Guadalfeo en cuya vertiente sur se encuentran pueblos que comparten las características de la comarca de la Contraviesa como son Cádiar, Lobras, Cástaras, Almegíjar y Torvizcón.
La descripción de Madoz continúa diciendo: “El terreno que comprende es estremadamente productivo, excepto algunos, muy cortos trechos: todo está aprovechado en fuerza de la laboriosidad de los habitantes ya con plantíos de viñedo, …, ya con sembrados, utilizando para el riego por medio de depósitos, las aguas de los innumerables, aunque escasos manantiales que fluyen por todas partes”. Y se puede decir que esto no ha cambiado tanto desde entonces si bien la extensión de viñedos menguó por culpa de la filoxera y los históricos encinares desaparecieron definitivamente, esquilmados por la codicia humana, quedando hoy sólo simples reductos en los barrancos y riscos.
A pesar de todo, la viña sigue ocupando gran parte del territorio y es su principal cultivo junto a las grandes extensiones de almendros que ocupan estas montañas. Uno de los espectáculos de esta comarca tiene lugar a partir de febrero con la floración de miles de almendros. Son lomas enteras de blanco algodón y rosa claro en las flores abiertas al primer calor de la primavera. Una escena fascinante como lo es también ver todavía mulos en el campo –lo que supone que el oficio de mulero aún perdura- para realizar las labores agrícolas: arado, acarreo de productos… Se trata además de un espacio geográfico muy abierto y extenso, humanizado y salpicado por decenas de cortijos en donde viven bastantes familias de manera permanente. Otros, en cambio, fueron abandonados y ahora han sido rehabilitados y los ocupan turistas extranjeros que viven largas temporadas e, incluso, todo el año.
Pero no todo son montes redondeados y lomas cultivadas. Porque el paisaje ondulado, típico de la Contraviesa, esconde otra cara interesante y muy desconocida para la mayoría: la de sus abruptos y encajonados barrancos. Son cauces secos en verano, algunos de ellos verdaderas rajas cortadas en la roca viva, enormes espolones de piedra ideales para la práctica del barranquismo. Algunos se encuentran equipados con los anclajes necesarios para hacer rápel, en particular el del barranco de Bordamarela. O el impresionante trayecto de dos horas a través de un caos de piedras y cortados que comunica, con visita incluida al yacimiento arqueológico de El Castillejo, Alfornón con Albuñol, ideal para aventureros.
Difícil imaginar la Contraviesa sin sus ya famosas viñas, una planta introducida por griegos y romanos que ha perdurado hasta nuestros días. Y por supuesto sin sus lagares y bodegas que forman parte indisoluble de las casas tradicionales. Durante los ocho siglos de periodo musulmán el viñedo no desapareció por completo, como muchos pudieran imaginar por la objeción expresa del Corán. La convivencia con otras civilizaciones no prohibicionistas, judíos y cristianos, así como el consumo en privado de los árabes demuestran lo contrario. Además también hay que pensar que la viticultura se desarrolló en gran medida para la producción de uva de mesa y pasas, sobre todo en Berja y el valle del Andarax.
Con la llegada de los repobladores cristianos, el incremento de viñedos debió ser mayor por la tradición de los castellanos. Como muestra, una de las condiciones del reparto de tierras hace mención expresa a que “los vecinos deben plantar viñas en todos los lugares donde pareciere que hay disposición. Las que planten podrán gozarlas como por repartimiento”.
Así pues, poco a poco, el paisaje se fue transformando con el cultivo de las laderas de la Contraviesa, plantando viñas por doquier incluso en sitios inverosímiles que dan fe de la laboriosidad que señalaba Madoz. La encina cedió su secular territorio a la vid.
La regulación de las nuevas plantaciones tanto en su extensión como en el tipo de viña que se ha de plantar; el control de situaciones fraudulentas por la introducción de vinos de La Mancha que se comercializan como de la Contraviesa; y el fracaso de proyectos de creación de cooperativas son los males endémicos de una comarca con un gran potencial aún en este campo.
Así lo demuestran los viticultores reunidos en la Asociación Comarcal de Cosecheros, que embotellan vinos de calidad bajo la denominación de vino de la tierra Contraviesa-Alpujarra. Agricultores que desean satisfacer el exigente mercado actual, destierran viejos métodos y apuestan por variedades más comerciales como Merlot o Chardonnay. Son enólogos profesionales, mejoran sus viñedos con plantaciones en espaldera y realizan continuas mejoras en sus explotaciones y modernas bodegas: depósitos de acero inoxidable, despalilladora automática, equipamiento de enfriamiento para la fermentación controlada o isotermos de estabilización en frío. Es el caso de la bodega murteña Cuatro Vientos o de Barranco Oscuro en Cádiar en donde Manuel Valenzuela, pionero en la elaboración de vinos de calidad, sigue trabajando. O García de Verdevique en el municipio de Cástaras, Miguel Lorente de Albuñol o la bodega El Sotillo de La Rábita que, a la última, ofrece sus vinos por Internet.
En el otro lado de la balanza está la gran mayoría, numerosos pequeños productores que continúan vendiendo su vino a granel a un precio de unos 30 euros la arroba –16 litros- a clientes de toda la vida, propietarios de bares, amigos y familiares. Con bastante esfuerzo han conseguido modernizar algo sus instalaciones. Para cada uno de ellos su vino es el mejor de todos y se disponen a ofrecerlo con orgullo a la mínima ocasión, como ocurre en la fiesta del vino de Polopos, a finales de febrero.
En definitiva, la realidad vitivinícola de la Contraviesa sigue marcada por esta profunda dualidad entre la tradición y la modernidad. Entre unos y otros, no obstante, se conforma esta realidad económica y social de la cultura del vino alpujarreño.
Con la llegada del otoño la Contraviesa entra en un periodo de frenética actividad con las tareas propias de la vendimia. Una actividad que se vive intensamente en los pueblos: ir y venir de mulos con sus angarillas cargadas de uva; coches todo terreno por las pistas que arrastran remolques de racimos recién cortados camino del lagar; olor a mosto invadiendo el ambiente de las frescas tardes de septiembre y octubre…
En el aspecto económico la recogida de la uva y la producción de vino es la actividad más importante de la comarca que cuenta con más de 6000 hectáreas en donde cada año se producen unos siete millones de litros de vino.
El proceso de recogida tradicional es lento y progresivo y se inicia, ya a finales de agosto, en las viñas situadas a menor altura, en el municipio de Albuñol. Pero es durante el mes de octubre cuando se produce la verdadera vendimia en el conjunto de las lomas de Sorvilán, Polopos, Cástaras, Murtas y Cádiar. El momento exacto de vendimiar depende en gran medida del estado real de la uva y, en muchos casos, de la disponibilidad de tiempo de los propietarios quienes, ocupados también con el trabajo de la almendra, suelen esperar además las primeras lluvias del otoño para que la uva dé un ‘empujón’ y tome grados. ¡Todo el año pendiente de la viña – podar, arar, binar, azufrar- y por fin llega el momento de cortar la uva!
Si bien se tiene constancia de la presencia de civilizaciones pre islámicas, la verdadera configuración de la Contraviesa tiene lugar durante el periodo musulmán puesto que fue entonces cuando se formaron las alquerías que hoy conocemos, se levantaron fortalezas y se humanizó la naturaleza con el cultivo intensivo de estas tierras. Durante la época nazarí toda la comarca era parte de la tahá de Séjel, que viene a significar costa del mar, se extendía hasta Torvizcón y Almegíjar y descendía hacia Albuñol y la costa granadina.
Con la conquista castellana la comarca se convierte en el señorío de la tahá de Séjel que Felipe II vende en 1559, por 54000 ducados, a don Luis Zapata Portocarrero, caballero de la orden de Santiago. Una amplia extensión que desbordaba los actuales límites de la Contraviesa y que añadía las zonas costeras y los pueblos de Torvizcón o Mecina Tedel, por ejemplo. Don Luis prometió al rey aumentar la vecindad de los lugares que habían quedado casi deshabitados, defender a la población del acoso árabe, construir un castillo en la zona y mejorar la industria y la agricultura de la comarca, términos éstos que no cumplió ya que desistió pronto del señorío y dio lugar a largos procesos de propiedad. Una época de continuos litigios durante la que, en el aspecto paisajístico, “los Séjeles estaban cubiertos de grandes encinares y hierbas para los ganados”, como narraba Luis del Mármol.
Durante el siglo XVII y XVIII, la comarca ya está en poder del conde de Cifuentes y la Contraviesa vive el auge de sus viñedos con 2500 hectáreas plantadas y 100000 arrobas de producción, 30000 de ellas comercializadas a través del cercano puerto de La Rábita. Una industria que ocupaba a gran parte de los habitantes de estos pueblos, en continuo crecimiento y que, durante los siglos XVIII y XIX, estaban totalmente volcados en las viñas.
Volcados y especializados en función de las condiciones climáticas y geográficas de cada zona. En efecto la uva de las cotas bajas, una variedad moscatel mucho más soleada, se destinaba a convertirla en uva pasa que secaba en multitud de paseros existentes y se enviaba posteriormente a Málaga. Los viñedos de las zonas medias, en torno a los 800 metros de altitud, eran para producir vino que, en pellejos de animal, iban a parar a Gibraltar o Algeciras, principales importadores. Otra parte de esta uva se transformaba también en alcohol de unos 30 a 40 grados, el llamado ‘arrope’ o espíritu de vino que compraban las bodegas jerezanas para la elaboración de sus vinos y brandys.
Por último, la uva de las zonas más altas era ideal, por su menor grado de azúcar, para hacer aguardiente, una industria muy importante y creciente que, a mediados del siglo XIX, llegó a contar con hasta 30 fábricas en Albondón, Sorvilán, Polopos, Alcázar o Mecina Tedel, cuyas ruinas aún se conservan.
La recogida de la almendra, a partir de septiembre, ocupa buena parte del tiempo a los habitantes de la Contraviesa y es una importante fuente de ingresos para estos pueblos que venden su producción a las partidoras de Motril, Albuñol, Alcalá la Real o Dúrcal. Y eso a pesar de graves problemas como la falta de mano de obra y el bajo precio de la almendra que hace que cientos de kilogramos queden cada año tirados en el suelo, sin coger.
A veces la recogida se hace en cuadrillas pero, por lo general, se trata de un trabajo familiar e, incluso, solitario que el agricultor realiza en sus pequeños ‘trozos’ poco a poco. Es ésta una actividad sencilla pero bastante dura, manual cien por cien. El vareador, hombre experimentado, es esencial para no dañar en exceso el árbol. Con ayuda de largas varas y certeros golpes sobre las ramas va descargando el fruto de los almendros sobre los lienzos o redes de malla que circundan los árboles. Si bien no siempre se utilizan éstos y son las cuadrillas quienes, en un verdadero ejercicio de agudeza visual, de destreza manual y de paciencia, consiguen llenar los capachos de pleita y más tarde los sacos repletos según la variedad de almendra: desmayo, comuna, Marcona, del tío García….
Son cuerpos encorvados sobre la tierra y manos que van y vienen sin descanso para “coger a dos manos que a una se amarga”, como se suele decir en la Contraviesa. El empleo de mulos para acarrear los sacos de almendra suele ser aún habitual en la comarca. Las duras pendientes y los lugares inaccesibles en que se encuentran algunas fincas hacen necesario su uso. Y así, en mulo o con coches, la almendra llega a los pueblos en donde se almacena, se orea y se limpia de hojas, ramas y piedras. Las máquinas de descascarar –ahora eléctricas- empiezan a funcionar en los bajos de las casas, naves agrícolas o en la propia calle llenando de actividad todo el pueblo durante varias semanas.