Un buen motivo para visitar Guadix es sentirse rodeado de su paisaje, un paisaje que sube del verde del Valle al ocre de la arcilla. Lo primero que percibe el viajero es la majestuosa torre de su catedral que, enfrentada al blanco invernal de Sierra Nevada, saluda a todo el que llega desde todos los caminos.
Este templo es su edificio más imponente. Dentro del contexto geográfico en que se ancla la ciudad, su color y sus formas nos recuerdan uno de los relieves edificados en la arcilla. Históricamente la construcción nos trae a la memoria el pasado de la ciudad, una ciudad que fue sede episcopal y que remonta su fundación a la época romana.
Roma hizo de Guadix una colonia de la que quedan pocos restos. Después los árabes la transforman en una importante ciudad medieval, encumbrada por una alcazaba que hoy constituye un magnifico mirador del entorno.
Tras el periodo musulmán, la ciudad se jalonó de iglesias y palacios que hoy se enseñorean junto a los restos de algunas casas moriscas, y los cerros que la envolvían se horadaron de cuevas formándose la ‘anticiudad’. Perderse por estas calles y cerros en un paseo sin tiempo, es una de las mejores recomendaciones que desde aquí podemos hacer.
Por ultimo, a nadie pasará desapercibido el ambiente provinciano, con sabor a pueblo y agricultura, que trasmiten las gentes que trasiegan por sus calles nuevas, compran en las tiendas y beben en sus bares. Todo nos recuerda que Guadix, anclada en el centro de la hoya que lleva su nombre, ha sido, y es, el núcleo comercial de la comarca.
En la actualidad es una ciudad de provincias, alejada del mar y poco industrializada, pero con ese hálito viejo de ciudad perdida en la Historia.