Hay veces que a uno le apetece andar solo, con los pensamientos cargados en la mochila. Otras, en cambio, desearía la compañía de alguien para poder compartir las múltiples experiencias de la ruta, la belleza de un lugar, una anécdota que surge en el camino… Por eso, al saber que un grupo de apasionados senderistas -www.diarioguadalfeo.com- proyectaban una ruta por la comarca, me uní a ellos. Además su propuesta es de lo más original e interesante: recorrer en etapas el trazado del río Guadalfeo desde su desembocadura hasta su origen. Que ya han llegado a Órgiva y continuarán el próximo domingo hacia Pitres en lo que supone «un reencuentro de la gente y el río, de conocimiento del medio natural y de reivindicación de su importancia y valor», en palabras de uno de sus organizadores, Antonio Reyes.
El Guadalfeo, Wad al-Faw de los árabes o "río de la quebrada", al discurrir este cauce intermitente por el verdadero desfiladero que supone el Tajo de los Vados. El Guadalfeo, principal arteria natural de la Costa Tropical, de 71 kilómetros de longitud, que ha ido modelando el paisaje y ha dejado orillado, siglo tras siglo, un poso de historia y de cultura.
El Guadalfeo, un curso de agua de carácter nivo-pluvial depende más de las nieves que de la lluvia- y caudal muy variable que nace en Sierra Nevada, atraviesa la Sierra de la Contraviesa y, tras girar en Rules, enfila la costa para morir en el Mediterráneo, en Salobreña.
Pues bien, aquí estamos una treintena larga de personas de todo tipo y condición, lo que demuestra que no hay edad para calzarse las botas. El recorrido, de 16 kilómetros, comienza en la misma desembocadura del Guadalfeo, lugar de indudable valor ecológico -pero amenazado-al constituir un hábitat ideal para la fauna, en especial anfibios y aves como la gaviota, el charrán o el cormorán que nidifican entre su profusa vegetación de cañaveras, mimbres, tarajes, juncos, aneas, carrizos y lirios.
Ambos márgenes del río son adecuados para esta marcha ascendente y, de hecho, es frecuente verlos transitados por paseantes y ciclistas a primeras horas del día o al atardecer. Camino llano, amplio y salpicado del amarillo intenso de las gayombas que contrastan con la tonalidad gris de la sierra del Chaparral, altivas cañas verdes, blanco encalado de Salobreña, muros ocres de la fortaleza, fértil vega regada por acequias y canalizaciones del río…
«Recorrer el delta del Guadalfeo es retroceder a la noche de los tiempos y descubrir la cuña sedimentaria generada por el río en su contacto con el mar, construida en los últimos 6000 años, si bien sobre un sustrato anterior relacionado con los procesos de subida y bajada del nivel del mar, propios de los periodos glaciares cuaternarios», señala el geólogo y naturalista Fernando Alcalde al grupo de excursionistas.
Viaje cronológico
Un viaje geológico sí pero cronológico también porque las trazas de vida, los asentamientos humanos -Cueva del Capitán, siglo VI antes de Cristo- y episodios históricos salpican este paseo sosegado por un río apacible que conoció antaño continuas crecidas que impedían su paso cada dos por tres y arrasaban cultivos y casas como lo demuestra, por ejemplo, la definitiva destrucción de la alquería motrileña de Pataura en 1821.
A los cinco kilómetros, el senderista atraviesa la localidad de Lobres y deja atrás otro elemento patrimonial de la zona: la Azucarera del Guadalfeo. Y poco a poco se va introduciendo, ya en la cota 100, en un paisaje más cerrado, salvaje y misterioso al entrar en el cauce mismo del río.
Es una sensación sublime, majestuosa, de soledad sólo rota por el fluir del agua e intensificada además por la práctica inexistencia de coches en la otrora masificada carretera nacional.
Durante unos cuantos kilómetros la ruta se convierte en una divertida pero mojada aventura que se agradece si el sol aprieta.
Es el imponente Tajo de los Vados, paraíso de los escaladores, un cañón fluvial tallado por el río Guadalfeo con paredes de cien metros de altura, cuya belleza de verticales muros de piedra caliza da escalofríos.
Un paraje único ¡Cuán difícil resulta imaginar todo este valle inundado por las aguas marinas que se fueron retirando poco a poco hace la friolera de cuatro millones de años! El caminar entre cantos rodados y zonas encharcadas se hace más lento y pesado pero la vivencia, en compañía, es irrepetible.
Hormiguitas
Los senderistas son apenas hormiguitas en este marco grandioso. Ya estamos en la confluencia con el río de los Guájares y apenas nos queda una hora de camino para alcanzar nuestro objetivo. Seguimos por el margen derecho del río y atravesamos otro de los lugares emblemáticos de la ruta, el azud de Vélez.
Esta histórica represa de agua nos introduce, río arriba, en un Guadalfeo más cerrado, boscoso y natural de aguas cristalinas que llegaron a conocer truchas y nutrias y es una importante reserva de aves acuícolas. Al poco el recorrido termina en una amplia zona de recreo, acondicionada para el turismo: la playa de Vélez.
El bullicio de las familias de domingo en el campo, las barbacoas humeantes y la ruidosa chiquillería nos devuelven a la urbanidad, cinco horas después.
Atrás queda ya un maravilloso túnel del tiempo formado por oscuros farallones de roca, cielo azul y aguas de plata de lo que fue y sigue siendo "el río de la quebrada".