El Camino del Avellano es el nombre con el que se conoce uno de los paseos más arraigados en la tradición local. Tiene su inicio en el paseo del Rey Chico, y tras subir una pequeña cuesta, discurre sereno por la margen izquierda del Darro hasta llegar a la fuente que le da nombre.
Esta se ha formalizado sobre un edículo, al que se adosa un pilar de mármol de sierra Elvira. Ante él se abre una placeta con bancos para el descanso, todo en un marco de frondosos árboles en los que revolotean pájaros y bajo los cuales se intuye la corriente del río que nos deleita con su rumor.Otras fuentes, la de la Salud y la Agrilla, hoy irreconocibles por el expolio sufrido, jalonaban el paseo.
La belleza y salubridad del recorrido ha hecho que sea uno de los parajes más recreados por la literatura. Musulmanes como Ibn Battuta, italianos del Renacimiento como Navagiero, clásicos granadinos como Echeverría, románticos como Chateaubriand o Martínez de la Rosa, e incluso políticos con Pi y Margall nos han dejado elocuentes testimonios de su paso por el Avellano.
Una imagen histórica
Navagiero, un ilustre personaje del siglo XVI, llegó a Granada acompañando a Carlos V en su viaje de luna de miel. Entre las múltiples impresiones que le dejó la ciudad, estaba la del río Darro entrando por el paseo del Avellano. Resulta gratamente sorprendente que aquella descripción casi podemos aplicarla hoy a todo el paraje.
Ello significa que es la zona más cercana a la ciudad que menos se han modificado a lo largo de los siglos y que se ha salvado de toda invasión urbana. El paseo, no obstante, ha padecido abandonos seculares, pero su fuerte arraigo entre los granadinos de otros tiempos, ha propiciado diversas restauraciones, una de ellas, de la época de Fernando VII, se recuerda en una lápida que hay sobre la fuente.
En la actualidad ha sido nuevamente adecentado y se ha jalonado de unos monolitos de piedra con lápidas de metal en las que se inscriben textos poéticos sobre el agua y el lugar.
Hoy un paraje único para pasear. A nuestra izquierda y a nivel de nuestros ojos se domina el Valle del Paraíso con toda su masa arbórea y llena de huertezuelos agrícolas, flanqueados en la otra ribera por el paseo de las escuelas del Ave María. Si levantamos la mirada nos llega el camino del Sacromonte, con sus casas cueva revueltas con manchas de chumberas, y, si volvemos la vista hacia la ciudad, el fondo se cierra con el impresionante cimborrio de la catedral que empequeñece y anula cualquier otra masa urbana.
Finalmente, a la derecha, hay numerosas veredas que escalonan el agreste y empinado cerro del Sol con la dehesa del Generalife, desde cuyas alturas hay otras miradas sobre el monte sagrado.
El paseo termina, como se ha dicho, en la fuente del Avellano, de proverbiales y fresquitas aguas, que acabó por secarse cuando se recubrió de cemento la acequia real de la Alhambra que discurre muy avanzada la ladera del cerro del Sol. El Ayuntamiento la ha recuperado dotándola de agua potable.