Desde Granada, entramos en La Zubia por una calle de resonante y evocador nombre, Laurel de la Reina, que no debemos abandonar sin antes penetrar, al entrar en el pueblo, a la izquierda, en la residencia de las Hermanas de la Caridad. El motivo de nuestra visita es que, nada más traspasar la puerta de entrada, nos encontraremos ante la Iglesia de San Luis y lo que queda del antiguo Palacio Arzobispal.
La Iglesia, perteneciente al convento que mandara fundar la Reina Católica, es lo único que queda de él y, aunque muy restaurada, merece ser visitada, por lo menos, por fuera; en su portada, sobre el arco de medio punto rebajado de la puerta, que está rematado por entablamento que se apoya en cuatro pilastras de ladrillo, podemos apreciar el escudo de los Reyes Católicos, sus iniciales y divisas y, sobre todo ello, una ventana rectangular con vidriera en la que se representa el escudo franciscano.
Haciendo ángulo con la fachada de la iglesia está el Palacio Arzobispal que fue construido en 1884, dice la fecha de la portada, sobre los restos del antiguo convento -derruido hacia 1843- gracias a la iniciativa de la reina Isabel II que, con motivo de su visita a La Zubia, lo compra, regalándoselo al arzobispo D. Bienvenido Monzón que, como decíamos antes, lo convierte en un palacio de recreo que, dejado de utilizar a mediados del siglo XX, llega a una casi total destrucción.
Es interesante su portada en la que dos pilastras corintias enmarcan el arco de medio punto de la puerta, apoyándose en ellas un frontón triangular que se parte para albergar el escudo del arzobispo; todo ello en la fachada, del único cuerpo del palacio que se conserva, llena de ventanas y balcones.
Frente a los dos edificios citados, la huerta del antiguo convento, hoy convertida en jardín, en la que, además del célebre balcón-mirador construido para la visita de Isabel II, podremos ver el templete que acoge las imágenes de mármol de San Luis y, seguramente, San Francisco y, en piedra, sobre una columna, la de una Virgen con el Niño. Junto a ellas, entre laureles, un busto de Isabel la Católica.
Desde aquí nos dirigiremos a la Iglesia y, antes de entrar en ella, no estará de más pasear por las calles que hay junto a la misma: bien cuidadas; con sabor popular; con casas en las que no faltan los balcones y, a veces, los áticos, que les dan un garbo especial. No será raro que, al doblar una esquina o volver la vista atrás, nos encontremos con la torre de la iglesia y sus adornos de azulejos sevillanos, y nos asombrará que un pueblo moderno conserve todavía recovecos tan añejos que, si tomamos la precaución de no abandonarlos –las nuevas edificaciones serán nuestra frontera-, nos guiarán, da igual por dónde, hasta la puerta de la iglesia mudéjar de La Zubia.
Dedicada a la Asunción de la Virgen, se inicia su construcción, poco antes de 1568, dentro de los más típicos moldes mudéjares, aunque constituya un claro ejemplo de transición del renacimiento al barroco, representado en sus dos portadas y su retablo mayor. Levantada sobre un anterior templo –arruinado o insuficiente para el número de fieles- que, a su vez, sustituyó a la antigua mezquita musulmana, es destruida en 1573, por lo que, este mismo año, empieza la construcción de la actual, que es terminada en 1587.
Aunque no se aprecie, por estar blanqueada, sus muros son de cajón de mampostería y ladrillo, utilizándose la piedra en las portadas, de finales del XVI, que, a pesar de la modestia de sus proporciones, destacan por su estructura y originales detalles ornamentales; en ambas figura el escudo del arzobispo Juan Méndez.
En el interior encontramos una nave rectangular, con cubierta mudéjar de limas mohamares, en la que se abren dos capillas, enfrentadas, justo antes del arco toral y, tras éste, la capilla mayor y su magnífica armadura octogonal, con dobles capillas a los lados. Se completa con un retablo protobarroco, de piedra, pintado de gris y oro –aunque en su origen era todo dorado- trazado por Ambrosio de Vico, en 1614, y que constituye una novedad de concepción y ejecución en el arte granadino que, así, se adentra en la estética del barroco; lo adorna una única pintura, de Pedro de Raxis, que representa la Asunción de la Virgen (1616), rodeada de ángeles, y, en la base, los Apóstoles, que miran hacia arriba.