Las almazaras -ahora cooperativas o fábricas- ya no son lo que eran. No obstante, Nigüelas conserva una de esas antiguas almazaras de antaño, siglos de historia y un conjunto arquitectónico en el que se pueden observar piezas de un molino aceitunero de los que quedan pocos en España por no decir que ninguno. La antigua almazara de Nigüelas -un pueblo donde hay muchos molinos y no hay prisas- ahora convertida en museo, es un auténtico legado de cómo funcionó este negocio y cómo se ha podido conservar, no todo por supuesto, pero si gran parte de máquinas y utensilios.
El edificio nazarí construido entre los siglos XII y XIV que alberga una de las almazaras más antiguas de España, ahora transformado en espacio expositivo, ha molido mucho aceite. La almazara Las Laerillas y el olivar ha estado siempre muy ligada a la historia de este pueblo del Valle de Lecrín. En el libro de “Apeo y Repartimiento de Suertes de Nigüelas” (1572), estudio de Manuel Ferrer editado por el Ayuntamiento en mayo del 2000, aparecen censados 1.000 olivos con una producción media de 200 “arrobas” de aceite.
También había referencias exactas a los molinos, según se recoge en la página web de la comarca. Literal: «Ay en el dicha lugar dos molinos de aseyte que hieran de moriscos dentro del pueblo, el uno de ellos está bueno y con todos los aderezos tienenlo los vecinos arrendado por doce mil y quinientos m(ara)v(edi)s cada alzo…». Asimismo, añaden que creen que la almazara en uso en esta época es la de “Las Laerillas” por su situación en el casco urbano y discurrir la acequia principal de riego paralela a sus muros.
En el estudio de investigación que hace Madoz a mediados del siglo XIX, Nigüelas tenía siete molinos de aceite, dos de ellos con ingenio hidráulico. La almazara de Nigüelas, recuerdan, está funcionando desde el siglo XV y hasta la segunda década del XX, años en los que la energía eléctrica supuso la construcción de una fábrica mas moderna.
Después de tantos años, que se haya conservado este lugar al que se accede por un callejón que recuerda a las estampas más castizas de pueblo, se debe, dicen, a la voluntad de su última propietaria Doña María Zayas Osorio Calvache. Se restauró en el año 1991 desde entonces es museo, como ya se ha comentado.
El recorrido por la almazara es un auténtico viaje al pasado, pero en el que algunas personas mayores descubren aún muchos de los utensilios que ellos han utilizado. En el exterior se pueden observar aún como eran los “almacenes”. En el patio de acarreo, donde hay unos pequeños cubiles para la aceituna -(a)trojes o arrojes-. Estaban numerados y eran asignados a los cosecheros que por orden iban aportando su aceituna por “cargos”, cantidad que se prensa en una sola vez. Un cargo o “viga” es aproximadamente 250 Kilos o cinco fanegas de aceituna.
Las obras del oro verde
Una vez en el interior, el guía del museo explica cómo funcionan y para qué se utilizaban algunos de los aparatos que quedan. Llamativo. La nave central es de lo que más impresiona debido a las dos vigas de prensa que tiene, dicen que de más de 11 metros de largo y un quintal o pesillo de peso (unos 88 Kilos). Grandes tornillos, vasijas de medida de aceite y muchos más aperos que se distribuyen por toda la nave central.
Y entre tanto, dos referentes de molino el de “sangre”, de origen romano, movido por la fuerza de una bestia (mulo o asno) que con los ojos tapados, giraba en sentido contrario a las agujas del reloj; y el hidráulico, el que ha llegado hasta nuestros días, es de igual estructura al de sangre, pero con ejes de acero, para montar dos rollos verticales. Grandes estructuras sin lugar a dudas.