Llegamos a Ferreira a través de la Autovía Granada-Almería. Una vez pasado Guadix la autovía penetra en los llanos del Marquesado, el castillo de La Calahorra y la Sierra como telón de fondo, nos indican que estamos en los altiplanos del Sened. Abandonamos la autovía en cuanto encontramos la señalización de La Calahorra y, una vez en este pueblo, sin penetrar en el casco urbano, nos desviamos a la izquierda por una carretera que nos conduce a Ferreira. El nombre de Ferreira nos transporta a la época del Argar, al Bajo Imperio y a la época mozárabe, con una clara referencia a los yacimientos de hierro del lugar.
Ferreira es una pequeña población abigarrada, al pie de la Sierra, bajo el cerro de San Torcuato, vigilada al Norte por dos bastiones: el Cerro del Cardal y el Cerro de Juan Canal. Posee varias calles interesantes de visitar, de entre ellas nos llaman la atención: La Calle Ancha, Calle Río Alto, Santo Cristo y Alcazaba. Esta última recibe su nombre del castillo de Ferreira, junto a la casa palacio y los baños, las construcciones civiles más interesantes de la localidad.
El castillo o alcazaba está situado en el centro, junto a la plaza de la iglesia; consta de una torre cuadrada de tapial con 2 metros de lado por 1,25 de espesor y 8.50 metros de altura, disponiendo al sur de un potente contrafuerte de mampostería. Está rodeada de edificaciones por todos lados, menos por el sur, desde donde se puede acceder a su interior, aunque actualmente está limitado el paso ya que se están realizando obras de restauración para convertirla en un centro de interpretación de la arquitectura musulmana en el Marquesado. Dispone de un aljibe en su interior y de acceso a la casa palacio, de construcción posterior y que también está siendo restaurada para ser convertida en el edificio del nuevo ayuntamiento. Esta torre nos hace pensar en la existencia de un recinto fortificado de gran extensión cuyos muros deben continuar entre las casas que la rodean. También se encuentran en la fase de estudios previos a su rehabilitación los baños, localizados a la entrada del pueblo en la calle Pilar. Son de época nazarí con tres naves paralelas, con muros de mampostería y bóveda de lajas de pizarra. Existen la sala vestuario que es trapezoidal, la sala fría y la sala templada; falta, según el arqueólogo Carlos Vilchez, la sala caliente.
La Iglesia de Ferreira ya estaba muy avanzada en su construcción en 1547, aunque en la guerra de 1568-70, dada su cercanía a la Alpujarra, fue totalmente destruida. Debió de ser reconstruida entre 1632 y 1654, según las investigaciones documentales realizadas por Carlos Asenjo Sedano, al menos en sus elementos arquitectónicos principales. Es de planta basilical con dos naves laterales. Sufrió desperfectos en la guerra civil y en el lateral en el que hoy figura la entrada a la plaza antes estaba el presbiterio. Esta entrada principal sufrió su última restauración en 1984, con dudoso gusto pues fue realizada con mármol y terrazo.
Desde la plaza de la Iglesia seguimos por la calle Río Alto, sin duda una de las calles más bonitas e interesantes de la localidad (sin olvidarnos de la calle Ancha, Santo Cristo y Escalones), al final de la calle, a la derecha, se ha reconstruido un tinao con exquisito gusto y seriedad, debajo un antiguo molino, también reconstruido, con su tejado de launa y su mirador, excelentes ejemplos a seguir en las rehabilitaciones de nuestro legado rural. Proseguimos nuestro camino y poco a poco vamos penetrando en el barranco. A ambos lados nos reciben unos huertos primorosamente cultivados por los ferreireños.
Los castaños comienzan a hacer su aparición cargados de erizos, también servales repletos de racimillos con sus verdes frutos, que ya a esta altura del verano comienzan a amarillear. El río no lleva agua, rápidamente aparece la primera acequia a la izquierda y a la derecha la ermita de la Virgen de la Cabeza; nos asomamos por la puerta para contemplar el interior del templo y después nos encaramamos en la pared del huerto para admirar el extraordinario ejemplar de castaño que esconde ésta. Continuamos caminando, observamos que, al igual que en Aldeire, parte del viejo castañar ha sido talado para sembrar almendros.
Delante de nosotros tres caminos, a la derecha un cortijillo, semitapado por unos chopos en el que una muela de molino ha sido reutilizada como encimera de mesa de jardín. No cogemos ni el camino de la derecha ni el de la izquierda, este último está señalizado por una flecha anaranjada colocada sobre el tronco de un chopo y un hito tapado por las hierbas que incorrectamente nos indica que torzamos a la izquierda para ascender por una cuestecita de rocas que, cortejando a una pared de piedra seca, enlaza con la pista forestal. Nosotros seguimos el senderillo por el río, acompañados por el aroma inconfundible de los mastranzos, llantenes, juncos, berros y saponarias.
A unos cincuenta metros nos encontramos con una tubería de hierro, a 8 m de altura sobre el nivel del lecho, transporta agua para una acequia y viene de un antiguo molino arruinado en el que aún se distinguen algunos elementos de su maquinaria, nosotros cogemos un camino carretero que sale a la izquierda, poco antes de la tubería; inmediatamente observamos que éste ha estado empedrado, es el camino histórico del Puerto. Las rosáceas, zarzamora y rosal silvestre, nos acompañan a ambos lados. Si hacemos esta ascensión en Agosto, olvidémonos de los bocadillos, el caminante se puede dar un auténtico festín de moras.
El camino pasa junto a un cortijo en ruinas que queda a la izquierda, son los restos de Venta Mariano, una de las tradicionales ventas del paso. A continuación el camino se abre en dos, desatendemos el que sale a la izquierda para continuar de frente, no sin antes observar que estamos cerca de la línea de pinos y que junto a ésta discurre, por encima nuestra, la pista forestal; a las rosáceas que nos acompañaban se les unen ya los majoletos, que con sus rojos frutos deleitan nuestra marcha; a la derecha, en el cauce del río, observamos que se han incorporado a la rica fronda, mimbres y sargas. Rápidamente llegamos a la Junta de los ríos Arroyo Chico y Arroyo Hondo, una cancela a la derecha nos indica que este cortijo se llama Venta Natalio.
El camino continúa, justo enfrente de la verja, y comienza a ascender levemente, a la derecha distinguimos un bonito grupo de castaños, de entre los que surge una fresquísima fuente. El senderillo se empina ligeramente pero se resiste a abandonar el río, los ejemplares de alisos comienzan a multiplicarse en número y cantidad, también aumentan los ejemplares de rascaviejas, los pinos nos acompañan a la izquierda. A los treinta minutos de ascenso el sendero gira claramente a la izquierda, tomillos y los primeros piornos nos anuncian el cambio de vegetación. Coronamos la cuerda de la Loma del Medio; entre pinares, debajo de nosotros, un refugio con techo de pizarra.
Cruzamos una pista forestal, en la que localizamos a izquierda y derecha de la misma las señales de no seguir. Un cortafuegos que arranca del refugio transcurre junto al sendero. Ascendemos con buen ritmo hasta llegar al collado del Carabinero, después la derruida Venta Ferreira, la Hoya de la Pura y el albergue del Puerto de la Ragua.
La “Venta Ferreira” realizó sus funciones de venta de arrieros, cobijo y alimento de bestias y personas, pero también fue un “cortijo de roza”, dotado de corrales, nacimiento de agua con balsilla, y paratas donde se cultivaban patatas, centeno, maíz, cebada y hortalizas de verano. Hoy están ocupadas por numerosos ejemplares de rosal silvestre, mostajos y espino albar. Ya notamos el aire fresco del Puerto. Pasamos de la Venta a la izquierda, rodeando un corral de ganado, y accedemos a la carretera por la que caminaremos unos cientos de metros, ya estamos en La Ragua.