Dejadas atrás las rotondas por las que la moderna Ronda Sur nos acerca a nuestra ruta, todavía queda -esperemos que nos dure- algo de la Vega y aún podemos disfrutar de árboles frutales entremezclados con almendros, algunas parras y, en su tiempo, bancales de habas que lindan con “peazos” sembrados de hortalizas en los que, gracias al esmero de sus dueños, sus caballones y surcos parecen trazados con tiralíneas. Por si acaso, que puede ser, no nos hubiéramos percatado de estos detalles, se encargan de recordárnoslo los agricultores que, junto a sus tierras y al borde de la carretera, a modo de mercado rural – sobre todo al llegar Abril, y con él, la época de las habas-, exponen la mercancía que han recogido ese día dando garantía de frescura.
Del Ídolo Oculado al Hawz Watur
Aunque, por desgracia, no podemos concretar donde se encontraban, existen referencias de tres antiguos asentamientos de Huétor Vega, documentados por los hallazgos encontrados. El primero de ellos, correspondiente a la edad del Cobre, aparece en 1969 en la parte alta del pueblo, en “Los Colorados”: el Ídolo Oculado. Los segundos restos son una docena de cistas de la época del Argar en las que se encontraron piezas de cerámica y restos de cadáveres. El último, una escultura de mármol blanco que representa a la diosa Deméter -diosa de la fecundidad-, de más de un metro de altura y a la que le faltan la cabeza y ambos brazos.
No obstante, de lo que sí podemos hablar con propiedad, mencionado por Ibn al Jatib, es del Hisn Huata, al-Watha o Hawz Watur, un alfoz o pago musulmán –lo cual supone que disponía de terreno agrícola- que tenía mezquita propia y dos barrios: uno junto a la mezquita, donde hoy está la iglesia, y otro en la parte más elevada; ambos unidos por una calle que bien podría ser la actual Calle Real. Por encima de ellos se situaría el Qaryat al Rabit, la alquería del ermitaño –los Rebites– que era lugar destacado ya que en él se encontraban dos molinos de aceite.
La Iglesia de Huétor Vega
Entre 1566 y 1568, sobre la antigua mezquita, se construye la actual Iglesia de la Encarnación, aunque ya había sido instituida por Diego Hurtado de Mendoza, arzobispo de Sevilla, en 1501. En su exterior observamos la clásica fábrica mudéjar de cajones de mampostería y verdugadas de ladrillo, en la que destacan las dos portadas de cantería y la cornisa sobre la que se apoya el alero. Se aprecian sus cuatro ventanas abocinadas originales –una de ellas agrandada- y un óculo abierto en 1951. En su parte derecha se encuentra la torre, de dos volúmenes: el primero, más antiguo, erigido en 1553 por Juan de Agramante, con alfarje en su interior; y el superior, que alberga el cuerpo de campanas, que proyectó Juan Castellanos en 1771.
Su planta es rectangular, con una sola nave, sin capillas, en la que la Capilla Mayor no se diferencia de la sala de oración y que alberga hornacinas en sus laterales. En el lado de la Epístola se encuentra la puerta lateral y, entre ésta y el altar mayor, un camerino, en el pie de la torre, con una imagen de la Virgen del Rosario. Preciosa es la cubierta mudéjar –construida en torno al 1560 por Gaspar de Ayllón- con tirantes dobles sobre canes de acanto, faldón de limas moamares en los pies y cabece
ra rematada por cubierta semiochavada.
Buscando la parte antigua
Si lo que queremos es disfrutar del pueblo tradicional, debemos empezar nuestro recorrido en la Plaza de la Iglesia –“La Placeta”– y tener como acompañantes los libros de Francisco Pérez-Rejón Martínez, natural de Huétor Vega, por desgracia fallecido hace poco, y que, armado de su máquina de fotos y buenas artes literarias, nos ha dejado en sus escritos vestigios suficientes para que, en cada rincón, podamos imaginar cómo era antes y cómo el tiempo lo ha modificado. Serán pues suyos todos los comentarios que, referidos al antiguo pueblo, aparezcan en este paseo que, gracias a él, parecerán –mejor dicho, serán- más vivos y entrañables.
La Plaza de la Iglesia ha perdido sus empedrados y ya no para el tranvía junto a ella ni, tampoco, está rodeada de casas de labor, y el camino de tierra ha pasado a ser de asfalto pero, aparte el edificio de la Iglesia, el granado en la rotonda y la organización urbanística le dan un aspecto atractivo.
La abandonamos, subiendo, por la Calle Real: “Pavimento de tierra, un chorrito de agua, hacia abajo, y algunos trancos o travesaños. Piedras para sujetar los arrastres y una acera empedrada con brillo por el desgaste”. Todavía conserva, al principio, casas antiguas como la número 31 -con portada de piedra a la que falta el escudo- que albergan patios interiores que antaño daban paso a estancias y huertos. Al final, llegando a la Plaza del Mentidero, a la derecha, el Carmen de San Rafael, hoy Casa de la Cultura y Biblioteca Pública “Ángel Ganivet”. Atravesado por la acequia del Albaricoque –que riega los jardines-, no queda prácticamente nada del primitivo edificio que, en 1890, manda construir D. Rafael Ruiz Victoria para su hija Doña Angustias Ruiz Garés. Actualmente nos ofrece un agradable paseo por sus terrazas ajardinadas, oyendo el rumor del agua, y una visita al restaurado molino que existía con anterioridad a la construcción del carmen.
En la Plaza del Mentidero, donde se encuentra el Ayuntamiento, se articulan un conjunto de callejones –algunos adarves ciegos- y rincones de nombre a cual más sugestivo: Rincón de la Tahona, Cuestecilla de los Pozuelos, calle de la Pimienta.
La calle la Ermita pasa de las casas tradicionales a las nuevas a los pocos metros, nada más llanear. Sólo algún nombre –calle los Huertos- o alguna reliquia a punto de ser derribada, o en ruina, desentona ante “la modernidad” de la construcción. Pocos amplios portones, de los de antes, quedan antes de llegar a la Plaza de la Cañadilla, desde la que podremos tener buenas vistas de la vega. Y pasada ésta, a la izquierda, el barrio, quebrado y laberíntico, de los Corteses, el de aire albaicinero hasta en el nombre de sus calles: Zoraida.
Si, en la Plaza del Mentidero, hubiéramos elegido, a la derecha, la calle Carmen, habríamos llegado el barrio de los Peñones y a sus antiguas casas construidas en la roca –de ahí su nombre- con rincones de antaño que aún perduran. Al final, el camino de los Parapantes, entre pitas, nos lleva al campo.
También en el campo está el Camino del Zute, que arranca de la Cruz de Piedra: “Nace junto al pie de la Cruz de Piedra en Avda. de Andalucía. Lo cruza el Paseo de la Estrella, continúa hasta el puente del río de Monachil y termina en dicha Avenida. A este llano camino, podríamos llamar rotonda o trocha de Huétor. En tiempos anteriores era transitado por carros de Cájar, pajeros de La Zubia y lecheros de Monachil”. Molinos como el de Albayalde y la Fabriquilla acompañaban a la acequia y era camino de recreo. Hoy es albergue de merenderos muy frecuentados los fines de semana y en tiempo de calor.