La ruta de Los Cahorros, en los que el río se encaja, profundamente, en cañones de piedra caliza, parte de la era de los Portachuelos –que nos ofrece unas buenas vistas de la vega de Monachil y la entrada a los Cahorros-, en el Camino del Purche, donde dejaremos el coche.
Bajamos por el asfalto corto trecho y a la izquierda, por tierra, empezamos nuestra ruta. Campos de cultivo y cortijos nos acompañan: membrillos, olivos, algún cerezo, viñas…, de todo un poco y, sobre todo, agua: la que, al acabar la pista, nos dirige hacia la derecha ya que por encima de la acequia primero, y junto a ella después, nos encaminamos a nuestro destino.
Pocos metros para tomar la primera decisión: o seguimos rectos y recorremos los Cahorros Bajos, siguiendo la acequia y acompañando al río, o -¿quién ha dicho miedo?- subimos la vereda escalonada en piedra que nos lleva a las eras de los Renegrales. Aunque el destino sea el mismo…, ¡mejor a las eras!
Disfrutaremos de una excelente panorámica de la entrada a los Cahorros, la pared de escalada y el camino-vereda en ladera, aunque con barandilla, que tenemos que recorrer. Sigue nuestro camino hasta llegar al punto, sin duda, más emblemático de nuestro itinerario y en el que los dos caminos antes citados se unen: “el puente colgante”.
Aunque sigue impresionando, se ha vuelto más civilizado: ya no balancea tanto y, lo más importante, ha desaparecido el cartel que prohibía el paso de más de tres personas a la vez. A partir de aquí la diversión está asegurada, a no ser que se decida elegir el agua como camino: el camino-canal, aunque cómodo, se pelea con la pared de roca y nos obliga a un quita-pon mochila, ya me agacho, ya me siento y equilibrios por el estilo. El desfiladero nos ofrece sus más bellos parajes entre los que sobresale la Cueva de las Palomas.
De repente, el valle se abre. A la izquierda, sobre nuestras cabezas, el Cortijo del Cerrillo y, frente a nosotros, una vereda, a media ladera, que marca nuestro camino alejándonos, a veces, del río. Entre los Tajos del Contadero y el Lunes, la Fuente de las Chorreras nos reconforta antes de llegar a las construcciones, hoy refugios de ganado, que anteceden a la Central.
Antes de llegar a ella observaremos el camino que, tras cruzar el río por puente metálico, viene del Purche y la toma de la acequia de los Hábices que, un poco antes, si el agua acompaña, hemos visto desparramarse en el cauce, incapaz de soportar el caudal. Poco que ver en la Central, cerrada con verja, excepto el ruido de sus turbinas y el recuerdo de los majuelos, escaramujos, zarzas y fresnos que, junto al río, nos acompañaron en el viaje. También las aulagas y aromáticas de las laderas.
Para regresar…, depende. Algunos preferirán el mismo camino de la ida y acertarán. Otros, pasada la Fuente de las Chorreras, descenderán y, por estrecho puente de cemento, ascenderán por una vereda que se dirige, por la margen derecha, hacia el Cortijo del Cerrillo o de Buenavista: también acertarán.
La vereda pedregosa que sube, por debajo de la acequia de los Hábices, nos ilustra sobre la erosión de los terrenos calizo-dolomíticos en los que nos encontramos y nos ofrece otra perspectiva de los Cahorros (desde arriba).
Cruza nuestra vereda un camino, que ignoramos, para adentrarnos en terreno de arenales que contrasta con la vegetación de zarzas y juncos verdes de los pequeños barrancos que atravesamos –lo que hace el agua-, teniendo siempre, encima de nosotros, los álamos que nos marcan el recorrido de la acequia.
Pasado el cortijo, sobre nuestras cabezas, tenemos dos opciones, otra vez: si, por estrecha vereda, remontamos, por la derecha, a la era que se sitúa por encima de nosotros, podremos descender al Camino de la Solana que nos llevará a nuestro punto de partida. Podemos también seguir la vereda que baja, zigzagueando, y que nos llevará a la era de los Renegrales e, igualmente, al término de la ruta.